Durante unos años trabajé como comercial. Lo odiaba...

Recuerdo que en uno de los trabajos en los que estuve, la empresa estaba inmersa en un cambio importante. Y, para añadirle picante, se avecinaba la gran crisis. Esa que, como muñeca rusa, abrías una y dentro venía otra. Y otra...

En una de mis primeras visitas, entré en un taller y el jefe ya me estaba esperando. Esperaba al nuevo “bollito blandito” de la empresa que le suministraba material. Llegó hacia mí como un toro. Qué digo… parecía un minotauro de la mitología griega, soltando humo por la nariz.

Lo primero que hizo fue tirarme el material al suelo y soltarme:

—Vaya mierda de cambio habéis hecho, esto es una pu... mie...

(Aún uso LinkedIn para enviar parte de la newsletter, si vienes de allí me alegro mucho. Quiero traer a todos los 2300 lectores que estáis allí a esta mi nueva casa)

Me puse a temblar. Los temblores son una respuesta fisiológica de la ansiedad momentánea. El cuerpo hace lo que puede.

Me quedé mirándolo, asustado, temblando como un flan. Él me veía joven, blandito. Contra mi empresa no podía hacer nada, pero contra mí... Su sesgo de superioridad se disparó. (En psicología social, esto es típico: cuanto menor percibido el estatus del otro, mayor la descarga de frustración).

Yo, nervioso pero callado. “Toda tormenta escampa”, pensé. Y en ese momento me llegó una especie de iluminación. No sé si fue por mi formación en psicología o porque siempre he tenido olfato para detectar ciertas cosas. (Creo que fue esto último. La mierda la huelo bien).

Tras un rato de pie, en un suelo aceitoso y sucio, me suelta:

—Estoy hasta los cojones de que nadie me haga caso. Los chavales vienen aquí a trabajar y, en cuanto les llaman de ahí arriba (no Dios, una empresa grande del polígono de más arriba), se van...

(Lógico, pensé: mejor horario, mejor sueldo... Si no ofreces nada distinto por el mismo trabajo, ¿qué esperas? Pero lo dejé ahí…).

—Y mi mujer en casa... ni puto caso. No mando nada.

¡Coño! Ahí estaba el problema.

Inciso: qué importante es dejar hablar a las personas. Pruébalo.

Si dejas hablar a las personas, ellas mismas o se delatan o termina hablando su emoción más profunda, o su sombra, como diría Carl Jung desde un enfoque más psicoanalítico.

Me di cuenta de varias cosas:

Estaba atrapado en varias distorsiones cognitivas ampliamente estudiadas en TCC:

  1. Pensamiento de todo o nada: “no mando nada”. Una generalización excesiva. Probablemente gestionaba muchas cosas, pero al perder el control de algunas variables, sentía que perdía el 100%.

  2. Locus de control externo: creía que su bienestar dependía de que otros hicieran lo que él decía. Si los otros no obedecen, él se derrumba. (Muy común en muchos jefes... no en líderes).

  3. Indefensión aprendida: como intenta mandar y no funciona (los de arriba interfieren), y luego en casa tampoco consigue obediencia, su cerebro empieza a aprender que haga lo que haga, no tiene impacto. Esto suele derivar en depresión o en explosividad. En este caso, explosividad.

Si este gerente fuera mi paciente, el abordaje sería en tres fases:

1. Validación y desescalada emocional. Reconocer que su situación laboral es objetivamente frustrante. Tiene razón: lo desautorizan “los de arriba”.

2. Reencuadre del rol (cognitivo). Ayudarle a entender que su valor no depende de la obediencia ciega.

Le preguntaría:

“¿Eres un capataz o un gestor?” “Si los de arriba se llevan a los chicos, ¿tu trabajo es evitarlo... o gestionar lo que queda?”

3. Separación de contextos (sistémico) Su mujer no es su empleada. Buscar autoridad en casa solo destruye la pareja. Necesita recuperar su autoeficacia, pero desde otro marco: no "mandar", sino influir, colaborar, crear estructura.

¿Y qué hice yo?

Esperar a que se calmara. Escuchar. Y, a partir de ahí, hacer mi trabajo.

No era su psicólogo. Era su comercial. ¿Le vendí más productos? Mi respuesta sincera: no.

Pero él se quedó a gusto. Y yo... con un disgusto.

Cuando alguien explota contigo, rara vez tiene que ver contigo. Lo que estás presenciando es un sistema de frustraciones acumuladas que no ha aprendido a expresarse con claridad ni autocompasión. Escuchar no es ceder. Escuchar, a veces, es abrir una ventana en una habitación sin aire. Y eso también es influencia.

(“El que conoce a los demás es inteligente; el que se conoce a sí mismo es sabio”. – Lao Tsé)

¿A quién le estás exigiendo que te obedezca para sentirte en control cuando lo que de verdad necesitas es sentirte en paz?


Un abrazo.
Alex de 3A

Sigue leyendo

No posts found